Con un muñeco que se mueve y una historia
aterradora de trasfondo, la exhibición de Gisèle Vienne es un espectáculo imperdible
que te dejará los pelos de punta.
El domingo 26 de mayo decidí visitar el
Museo Nacional de Bellas Artes, en Avenida del Libertador 1473, para poder ver
las nuevas salas inauguradas hace poco y las exposiciones temporarias.
Eran las 16:00 horas aproximadamente
cuando llegue al museo. En ese entonces, la fila para poder sacar una entrada
era bastante larga, tanto como para seguir en las escaleras de afuera y
terminar unos pocos metros después en la cuadra. Pero, igualmente la fila
avanzaba rápido y en unos pocos minutos ya estaba en el mostrador comprando la
entrada. Visitar el museo es gratis para los residentes de Argentina y solo se
paga la visita a las exhibiciones temporarias (100 pesos), aunque el costo de
la entrada general para extranjeros no supera los 100 pesos y 200 para las
exposiciones.
En este caso, las exposiciones del momento
son: “Carlos Alonso. Pintura y memoria”, que se encuentra en el museo desde el
12 de abril hasta el 14 de julio, y Gisèle Vienne,
desde el 10 de mayo hasta el 28 de julio. La exposición de Carlos Alonso está
ubicada en el pabellón de exhibiciones temporarias, mientras que las obras de
Vienne se ubican en el segundo piso. No son estas las únicas exhibiciones, en
el primer piso se encuentran “Diana Dowek. Paisajes insumisos” y “Ninfas,
serpientes, constelaciones. La teoría artística de Aby Warburg”.
Sin duda, Carlos Alonso es la estrella del
museo, recibiendo a miles de visitantes en su salón, que ven intrigados las 60
obras del artista. Sin embargo, a diferencia de Alonso, la exposición de Gisèle
Vienne no recibe a la misma cantidad de personas, siendo un grupo de no más de
10 personas en la sala en el momento que llegue al lugar.
En realidad, no es que Gisèle Vienne no
resulte interesante para el público, sino que la sala asignada para sus obras
se encuentra algo escondida en el segundo piso. De no ser por mi instinto
curioso y ver a un visitante dirigirse hasta el fondo del pasillo, no hubiera
sabido de la existencia de otro piso. Le pregunté al hombre de seguridad que se
encontraba a unos pasos que había en el segundo piso y me contó sobre una especie
de muestra de terror. Fanática de este género y ansiosa por saber de que se
trataba, decidí subir.
Al salir de las escaleras, me encontré con
grandes ventanales que tienen vista a la terraza del museo, a la cual se accede
por una puerta a la derecha, y con la tan esperada sala al fondo. La sala, en
cuestión, es bastante pequeña y al entrar en ella nos recibe con una música de
fondo que podría considerarse terrorífica, con vientos y ruidos extraños. La
iluminación no es abundante y es fría, lo que ayuda a construir ese ambiente
tenebroso.
La exposición consiste en 40 retratos de los
que a primera vista parecen niños, pero al acercarme descubrí que eran muñecos
muy bien realizados. Si bien no hay indicaciones, por obra del azar, considero
haber hecho el recorrido perfecto de la exposición, comenzando por la izquierda
y terminando por la derecha, donde se observa un muñeco de un niño a tamaño
real en la esquina.
Después de haber visto los retratos,
llegué hasta el muñeco y lo observé por un rato. En la pared a su derecha se
encuentran unos dibujos que deduje que eran algún tipo de indicaciones de algún
lugar. Tratando de resolver su significado, descubrí unos focos arriba de mi
que apuntaban al sector del muñeco. Supuse que algo pasaría, que algo haría,
pero, luego de un rato sin que nada pasara, opté por irme. Sin embargo, gracias
a escuchar hablar a una visitante con el encargado de la muestra, mis suposiciones
se confirmaron: el muñeco si hacía algo. El encargado, entonces, se dirigió hacia
una pequeña sala y se encendieron los focos y un proyector.
Así es como comenzó la historia de
Charles, el muñeco robótico, un adolescente atrapado en lo que él denomina un hotel
sin salida y con un títere en su mano. El títere no es un títere común, sino
que se trata de un demonio que poseyó a Charles y el causante del encierro de
este. Luego de ver la extraña conversación que ambos personajes mantienen con
el público, se revela que Charles no es su verdadero nombre y que tampoco fue
la única víctima. La escena termina con Charles pidiendo que vayamos en su rescate
con la voz cambiando entre la suya y la del títere.
A la salida o entrada, dependiendo del momento en que se los vea, se encuentran unos ficheros con el libreto de la escena en español y en inglés.
La tecnología del robot, con sus movimientos,
respiraciones y parpadeos, junto con una tenebrosa historia hacen de la muestra
de Vienne una visita obligatoria para aquellos amantes del terror y del arte.
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